Portada » Artículos » El acuerdo inútil
27 de Noviembre de 2000
Cuando Bertelsmann, la multimedia europea, anunció su acuerdo con Napster, algunos no logramos salir de nuestro asombro. ¿Tantas ganas tienen algunos de perder dinero? ¿Cómo es posible que directivos que seguramente cobren decenas o cientos de millones demuestren tal carencia de sustancia gris?
Para ponernos en antecedentes, diremos que Napster es una aplicación surgida para favorecer el intercambio de música en Internet en formato MP3. Según sus creadores, para favorecer el intercambio de música gratuita, la que pueda hacer yo con mis amigos, por ejemplo. La realidad, evidente, es que los usuarios no hacen muchos distingos acerca de la legalidad de la música que encuentran a través de Napster. O quizá sí los hagan, pero les importa un pimiento.
Claro, a las discográficas no les hizo mucha gracia. Muchos de sus mejores compradores se dedicaban ahora a intercambiar música en lugar, eso dicen, de comprarla. Algo que todavía no está muy comprobado empíricamente pero que puede parecer cierto. Aunque, ¿quién no ha copiado alguna vez una cinta o un CD de música? ¿Afecta eso mucho las cuentas de resultados de las companías?
Y, por supuesto, las discográficas ante este problema vuelven a tomar el camino fácil. En lugar de tomar la razonable senda de bajar los precios y ofrecer valores añadidos por la compra de discos originales -¿cuántos discos compactos no ofrecen siquiera la letra de las canciones?- hicieron lo que más se lleva en Norteamérica en cuanto existe un problema: demanda al canto.
La empresa creadora de Napster se defiende con un argumento bastante natural, y más o menos real, el de que ellos no pueden saber qué es lo que hacen sus usuarios. Ellos ofrecen el servicio de intercambio; lo que hagan los usuarios con él no es cosa suya. Sin embargo, eso no es del todo cierto, y para entenderlo vamos a entrar en detalles más o menos técnicos sobre como funciona Napster. Espero que no se me pierdan mucho.
Para que un internauta corriente y moliente pueda utilizar este servicio, necesita bajarse de la red un programa llamado, qué sorpresa inesperada, Napster. Una vez instalada en el ordenador, este programa se conecta con un servidor de dicha empresa y le comunica qué archivos de música quiere compartir de entre los que se encuentran en su disco duro. El servidor toma nota de ello y da permiso al usuario para que busque y descargue los archivos que desee.
Hay que tener en cuenta un detalle, los servidores sólo almacenan los nombres de los usuarios y los archivos que poseen, no los archivos en sí. Es decir, cuando alguien decide bajarse un archivo a través de Napster, lo que sucede es que el archivo se transmite directamente del ordenador de un usuario al ordenador del otro, sin pasar por los ordenadores de Napster. De esa manera los señores de Naspter se lavan las manos cual Poncio Pilatos. Presentan al asesino y a su víctima conociendo las intenciones de ambos, y luego pretenden decir que ellos no saben nada.
Y por supuesto que saben. Conocen los nombres de todos los archivos que se comparten y quien lo hace. Simplemente con prohibir el acceso a su servicio a los usuarios que compartieran canciones de los artistas más conocidos reducirían la piratería enormemente. Y ese es el argumento de las discográficas en el juicio.
Y mira tú por donde, va una de ellas y se desmarca de las demás llegando a un acuerdo extrajudicial con Napster. A partir de unas semanas, todos los usuarios que quieran compartir música ilegal deberán pagar un canon que irá a la discográfica en cuestión. Napster no pierde usuarios y Bertelsmann gana dinero. ¿Verdad que es estupendo? Pues no.
Cuando hablamos de Napster en términos informáticos nos estamos refiriendo, en realidad, a tres cosas distintas. La primera es el programita que te bajas de Internet, al que se denomina cliente. La segunda es el ordenador al que ese programita se conecta para informarle de los archivos que deseamos compartir, al que denominaremos servidor. Por último, está el protocolo que emplean, es decir, el idioma informático que utilizan cliente y servidor para entenderse.
Con la cantidad de programadores que hay por ahí con mucho tiempo libre y ganas de molestar está claro que, una vez se conoce cómo funciona el protocolo, resulta relativamente sencillo programar servidores y clientes alternativos a los oficiales. De hecho, ya los hay. Y cuando se empiece a exigir el pago del canon, todos los piratas se lo pensarán un microsegundo, más o menos, y se pasarán a esos Napster alternativos. Y los que habrán perdido con este acuerdo serán los señores de Bertelsmann. Espero que cuando ocurra, al menos algún directivo dimita, por aquello de las formas.