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1 de Mayo de 1997

Sindicatos de España

En el anterior número de Coleópteros, Shannon planteaba el problema de los piquetes informati vos existentes en nuestro país, esos que te infoman que te van a partir la cara como se te ocurra ir a trabajar. Sin embargo, con ser el más sangrante, no es sino una anécdota comparado con el resto de problemas que aquejan a los decimonónicos sindicatos españoles.

La población activa de un país se divide, primero, en dos grandes grupos: los que pueden trabajar y los que no. ¿Cómo defienden los sindicatos españoles a los parados? La respuesta, por sencilla, no deja de ser dolorosa: no lo hacen de ninguna manera. Sus propuestas para la creación de empleo resultan lógicas en tan profundos marxistas: son totalmente utópicas. No sólo quieren que se cree empleo de la nada sin dar ningún incentivo a los empresarios, sino que éste sea indefinido y con el despido más caro que se pueda conseguir. Con lo que han conseguido que la industria española se modernice a velocidades nunca conocidas en este país, pagando gustosamente cualquier máquina nueva con tal de no tener que arriesgarse con esos contratos de trabajo. Lo cual, desde el punto de vista de la competitividad no deja de ser algo que deberíamos de agradecerles. Pero no creo que sea ésa precisamente la función que debieran ejercer.

Una vez examinado el caso de los parados, pasemos a ver qué hacen con los distintos tipos de trabajadores. Estos, claramente, se dividen en dos: los que trabajan en el sector público y los que lo hacen en el privado. En estos últimos la tasa de afiliación a los sindicatos se ha ido reduciendo progresivamente los últimos años y es cada vez más inexistente. ¿Por qué? Es fácil: unos sindicatos que hacen de la huelga y la manifestación una presión previa a las negociaciones no pueden sobrevivir en el sector privado. Una huelga puede provocar la ruina de muchas empresas y los trabajadores, que lo saben, prefieren unas negociaciones más racionales. Prefieren una subida moderada antes que perder el empleo.

Pero, ¿u los empleados públicos? Entre ellos sí que los sindicatos de clase españoles tienen afiliación. Aquí sí que pueden convocar huelgas indefinidas sin temor al despido, ya que papá Estado les paga todo. Y ya se sabe que las arcas del Estado, aún con las enormes deudas que ha dejado la etapa felipista, son inagotables para estos incansables trabajadores liberados de trabajo. Una de las peores huelgas de metro que se recuerdan en Madrid fue debida a la inusitada e inaceptable pretensión del ayuntamiento (gobernado por el PP, claro) de exigir un justificante médico a aquellos que alegara una enfermedad como causa para no ir a trabajar. El hecho de que la mayoría de estas ausencias se dieran justo antes o después de las vacaciones no debía ser sino una mera casualidad, por supuesto.

Pero parece que también es chollo se les va acabando. El fracaso de la última huelga de funcionarios y la tibieza de la última huelga de metro parecen indicar que la opinión pública ha cambiado de opinión con respecto a ellos. Ya no nos caen tan bien. Y es que el que unos sindicatos tan poco representativos digan representar a todo el pueblo español resulta ridículo. Algunos dirán que tienen mayor tasa de afiliación que muchos partidos. De acuerdo, pero en las últimas elecciones sindicales acudieron a votar 12% de los trabajadores. Si en las últimas generales hubiera ocurrido lo mismo, posiblemente todos nos estuviéramos planteando una reforma de la constitución Pero los sindicatos sigue en las noticias de las nueve.

No trato de decir que haya que acabar con ellos, aunque pueda parecerlo. Son necesarios para evitar un posible dictadura del capital. Pero, tal y como son actualmente, no hacen nada más que estorbar. Es necesaria que sean sustituidos por unos nuevos sindicatos, libres de ideologías, conscientes de que la revolución industrial es cosa del siglo pasado y de que estamos inmersos en otra distinta: la de la automatización. Sindicatos que, a cambio de la afiliación, proporcionen unos servicios de desempleo complementarios a los que nos da el Estado cuando el trabajador lo necesite. Sindicatos que vean la huelga, no como medio de presión, sino como un último recurso. Sindicatos, en definitiva, que nos den servicio a todos, y no a una pequeña élite.

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